miércoles, 15 de febrero de 2012

Acompasados....


You & the night & the music - Bill Evans & Stan Getz


Acompasados, en una lenta agonía de los sentidos...
Un ir y venir de corrientes calcinantes...
Tu falo atropellando mi existencia, 
tus manos guiándome en este circuito de placer...
El mundo no existe, solo te siento latir dentro mio...
henchido, llenándome  entera....


Justine





Tu perra....

Ameno - Era




Esta noche quiero que me conviertas en tu perra...
Cumpliré todos tus deseos, 
los más sublimes,
 los más oscuros...
Haz de mi lo que quieras...


Justine


miércoles, 24 de agosto de 2011

Flamenco












Rumba - Paco de Lucía




El
-"Cenamos en mi apartamento, cocino yo"- eso fue todo lo que dije, cortando el teléfono. No esperé respuesta alguna, tampoco di la oportunidad de esbozarla. En cuestiones de llamadas telefónicas, prefiero hablar solo un par de palabras; principalmente con ella. Representa una única oportunidad de acaparar su atención y dejarla en ascuas sobre mis verdaderas intenciones. No me mal interpreten. Las cartas son la ocasión para extender el momento de seducción y mantenerla atrapada hasta la ultima letra. El teléfono, no. 
 
De vuelta de la oficina me detuve en la tienda para comprar todos los elementos necesarios para la velada. Al momento que estaba escogiendo el vino, sonó mi celular. -"Pero el vino lo llevo yo"- fueron sus palabras, cortándome en la cara. Con una sonrisa guardé nuevamente el teléfono en mi bolsillo, deseando que no se equivoque en la selección de la cepa correcta para acompañar la cena. Una vez saldada mi cuenta, me dispuse a continuar el camino a mi hogar.

Encendiendo solamente la luz del hall de entrada, me dirigí a la cocina. Bajé las compras sobre la mesada y fui a encender el minicomponente. El placer de cocinar solamente puede ser sobrepasado por el deleite de cocinar con la música correcta. Siempre cuando uno prepara pastas, la elección musical suele recaer en cualquier disco de Pavarotti. Esta resultaría muy obvia y ella me conoce como para anticiparla. Por este motivo, opté esta noche por un disco de guitarra flamenca, ya que la cocina sería distinta. El rasgar de esas cuerdas combina divinamente con el flamear de cualquier llama. 

Hay gente que se cambia de ropa para cocinar, buscando evadir cualquier aroma emanado de la cocina. En cambio, a mi la cocina siempre me ha parecido sensual. Como no vendría a su encuentro con mis mejores atuendos, agregándole el aditamento de un delantal y la corbata guardada en la camisa para evadir cualquier problema. 

Una vez picada la albahaca, ajo, cilantro y perejil, los mezclé en un bol con pimienta, limón y aceite de oliva. Dejé a los camarones reposar en este jugo mientras arreglaba el apartamento. Prendí unas velas, sentándome a disfrutar de los últimos matices anaranjados del atardecer. Quedé dormido por unos minutos. Sacándome la modorra de encima, me di cuenta que estaba retrasado con la comida. Retorné a la cocina. Prendí el grill para cocinar los camarones cuando escuché la puerta abrirse.

Mientras volteaba los camarones la escuché comentar algo sobre la música. -"Traje el vino"- dijo desde la sala. -"Ya sabes donde están las copas"- respondí, manteniendo nuestro código de prohibirle la entrada a la cocina hasta que el plato esté terminado. Clavaba los camarones en brochettes, cuando la sentí caminar hacia mi espalda. -"No necesitamos de copas, el vino que traje es en bota"- me comunicó. Aún no entiendo porque me siguen extrañado estas raras coincidencia nuestras. Al girar me encontré con su pícara sonrisa. Tomando el vino en chorros desde la bota me preguntó sí quería. -"Estas rompiendo la regla"- fue mi respuesta instantánea. "A estas alturas aún no me conoces"- replicó aguantándose la risa. 

Le acerqué mi boca abierta aceptando el convite. Cada vez que caían unas gotas rápidamente retiraba el pico, haciéndome desear su interior, lo cual le resultaba hilarante. Ante el tercer intento fallido, procedía a girar para terminar los brochettes cuando me agarró de la corbata, trayéndome hacia su cuerpo. Clavó sus ojos en los míos, dándole un sorbo a la bota. Inmediatamente me dio un beso, traspasando el vino de su boca a la mía.

Pensando en que ambos podíamos jugar el mismo juego, tomé un camarón con mis manos y se lo traje a su boca. Lo dejé tiempo suficiente cerca de sus fauces para que disfrute de su aroma. Permitiéndole darle un mordisco seguí con la mano arriba, instante en que aprovechó para degustar la salsa de mi propio dedo.

Finalmente me dejó tomar el vino. El chorro que soltó fue muy largo. Al llenarme la boca por instinto giré la cabeza. Derramó algunas gotas en mi mejilla y cuello. Cuando extendía mi brazo para buscar un trapo con que limpiarme, se abalanzó sobre mi, lamiéndome el cuello. Quedé petrificado al sentir su húmeda lengua recorrerme hasta el oído. Susurrándome dijo: -“lo que yo busco es el postre”-. Aún perdido sentí sus manos desprenderme rápidamente el cinto. Cuando retomaba la conciencia, ya la vi apoderarse de mis caderas. Recorrió mi vientre con su lengua mientras mi hombría quedaba al azar de sus manos. Se paseó una y otra vez por mis bordes hasta que finalmente me sentí dentro de su boca mojada. Comenzó a llevarme a los extremos con movimientos lentos y luego frenéticos. 

Cuando estaba por desbordarme, la levanté esparciéndola sobre la mesada para su sorpresa. Como las urgencias apremiaban, solo tuve tiempo para subirle la falda y hacerle a un lado la tanga. Sintiéndola totalmente humedecida, la penetré hasta el fondo mientras gemía. Con agitado ritmo me entregué a la lujuria, mientras ella abría su boca frunciendo el ceño por tanta locura. Aún terminado, seguí moviendo en círculos profundos que provocaron su estampida. Su mirada retornó, al tiempo que me sonreía mordiéndose los labios.

Ayudándola a levantarse, procuré vestirme mientras arreglaba la cocina. Ella caminó a la sala sin perder una gota de elegancia. Respirando hondo busqué unos platos para servir la cena. El volumen del stereo repentinamente bajó los decibeles, momento en el cual escuché su dulce voz diciéndome: -“no pienses que esto aún termina...”-.



Ella

Hay momentos en que el crujir huraño y esquivo del tiempo parece una lenta agonía, arañando los fragmentos de nuestras cotidianeidades. Nunca alcanzan las horas para realizar todo aquello que deseamos. Es una triste condena que el día solo tenga veinticuatro horas. 

El tiempo escapa a la radicalidad de medidas mundanas, es más bien una esencia intemporal de sucesiones de instantes que se nos entremezclan, dilatando o humillando nuestro vasto horizonte. 

Hoy la longitud del día se me hacía nocivamente insoportable. Las horas, los minutos, los segundos, brincaban en cámara lenta como una película de Kurosawa. Era una tediosa reunión de trabajo, donde la apatía y el desgano acuchillaban desquiciadamente al ímpetu revoltoso de mis mañanas. Escuchar las recomendaciones y exhortaciones del asesor económico me provocaba el mismo fastidio que puede tener un torpe suicida cuando se lo salva de consumar su objetivo. De golpe, abren la puerta del salón auditorio y la secretaria se acerca a murmurarme al oído: -“Madame, es su abogado al celular, dice que le urge hablar con Usted. Debe comunicarle el resultado de un requerimiento”-. Esbocé una mueca de preocupación y con un gesto solicité una tregua para interrumpir la presentación. Con la gracia y el apuro de un guepardo me retiré, hurgando en mi mente la sonrisa de él. 

Lacónicamente me dijo: -“Cenamos en mi apartamento, cocino yo”-. Para cuando iba a agregar una respuesta, cortó. Siempre me dejaba flameando dentro de mis propias fluctuaciones. Esa osadía suya de desafiarme con sus dotes de seductor, me enajenaba hasta llevarme a la perdición. Siempre me tenía al vilo, paseándome por las cornisas sin ningún tino. 

Esa llamada puso a tientas la poca paciencia que a esas horas trataba de labrar con algún esmero. Volví a la reunión con las manecillas del reloj desangrándome lentamente.

Lánguidamente se fueron anestesiando los cálidos rayos del sol, mientras el poniente se rompía en un rito que enjuagaba las penas de las minucias y daba rienda suelta a las sombras, que tímidas se alzaban por las laderas de sus palabras, arañándome las ganas. 

En el trayecto al departamento paré a elegir el vino con el que quería sorprenderlo. No puedo negar que tengo alma de sommelier frustrada. Me convertí en una maraña de acertijos tratando de descubrir con que me sorprendería y no se porqué me decidí por un Sauvignon Blanc, llámenle sexto sentido... Al girar como para retirarme del local, veo una preciosa bota de cuero de cabra y sin mucho protocolo, la compré. Siempre me pareció muy sensual beber de ella. 

Lo llamé con la misma premura que inquietaba nuestros sentidos para avisarle que el vino lo llevaba yo. Ni una palabra más, ni una palabra menos, el juego audaz de lo preciso nos seducía a los dos. Era un constante desafío que repercutía en mis instintos.      

Abrí el grifo del agua caliente, dejé deslizar el cebo del deseo que me iba curtiendo lentamente. El solo imaginármelo cocinando, me excita. Me consta que los mejores amantes son los que se mueven hábilmente dentro de una cocina, disfrutando y explorando sus sentidos.

Me coloqué una solera negra que dejaba parte de mi espalda al descubierto. El escote insinuaba el lunar dibujado en medio de mis senos. Recogí mis cabellos rubios con dos hebillas de strass, dejando caer un mechón ondulado sobre mi rostro. Dejé mi cuello al descubierto como carnada al acecho. Asomé un tenue brillo a mis labios para calmar la angustia que me provocaba la falta de sus besos. Me engalané con mis olores naturales, solo la frescura y la insolencia de mi piel que se iba macerando para él. Me calcé unas sandalias de tiras y eché un poco de rubor a mis mejillas. 

Llegué con la puntualidad de los que esperan en la antesala del Paraíso. Encontré la puerta entre abierta y me adentré con el sigilo de los ladrones. En la penumbra de su morada fornicaban con pasión las sombras que las velas tallaban. Desde la sala lloraba una guitarra desangrando la copa de la noche. Al instante conocí ese lamento y murmuré: -"Paco de Lucia….mmmmmm…..me subyuga ese duelo de guitarras..."-.

Como no recibí respuesta me dirigí a la cocina a dejar el vino, aún a sabiendas de que él tenía sus propias reglas, pero  yo adoraba  transgredirlas y dejarlo perturbado. Lo encontré de espaldas a la mesada, elegantemente vestido, dando cortes precisos con la exactitud de un cirujano. Sin girar me dijo: -“Ya sabes donde están las copas…”-. Yo bostecé una expresión de picardía cuando le contesté que no necesitaríamos de ellas. Volteó pausadamente su cabeza con una mirada de sorpresa y afrontándome me dijo: -“Estas rompiendo las reglas”-.  Solo emití una mueca de complicidad y desafiándole coloqué el pico de la bota a la altura necesaria, dejando caer un chorro en mi boca. 

Le contesté guiñándole el ojo: -“A estas alturas aún no me conoces…”-.  Provocadoramente me acercó su boca para que le diera de tomar. Lo hacía en chorros pausados, interrumpidos, que lo enardecían… Era excitante verlo estar pendiente de mis movimientos. La humedad comenzaba a invadir mis territorios. Las llamas de la lujuria iban creando su propio incendio dentro de mis espesuras.  

El intentó continuar con lo suyo pero le fue imposible. Lo enlacé como a un potro salvaje con su corbata y lo acerqué a mi rostro con la alevosía del criminal, que sabe que lo hace sin remordimientos, con gusto. Dejé caer un chorro y fui con vehemencia a depositarlo en su boca. El apretó sus uñas en mi espalda descubierta, salpicando con inmoralidad mis deseos más ardientes.  

Mi carne quedaba trémula ante sus caricias intensas. Siguiendo el juego del tira y afloje, sacó un camarón que había dejado sobar en un bol. Lo paseaba frente a mi boca. Lo arrastraba por mis labios y cuando estaba a punto de atraparlo, lo volvía a alzar. Lo bajaba para refregarlo frente a mi nariz. Me regaló un mordisco y lo volvió a retirar. Despertaba con descaro mis sentidos del sabor y del olfato.  Me miró con perfidia a los ojos y me dijo: -“Pídeme, por favor”-. El papel de amo y señor lo convertía en un recreo perturbador. 

Me inducía con sadismo a las garras del desenfreno. Volvió a hacer el mismo juego una y otra vez, tentando a mi orgullo a ceder. Con los ojos cerrados empecé a solfear mis primeros gemidos de placer. Cuando logró romper el muro de mi vanidad, lancé entre jadeos: -“no puedo más, me corrompes la piel, dame de una buena vez...”-. Él sonrió con desfachatez y me dio de comer. Untó sus dedos con la salsa que había preparado y me los dio de sorber. Con la avidez del hambriento mezquino los succioné. No encuentro nada más erótico que dar de comer al otro de la mano. Cuando no quedaron restos, metió su mano bajo mi falda y apartó a un costado mis bragas. Abrió lentamente mis labios y recorrió el canal de extremo a extremo, desbordándome en mis propios licores.  Sacó sus dedos y los llevó de vuelta a mi boca. Me hizo catar mis propios fluidos  y luego los saboreó él. 

Me apoderé de vuelta de la bota y le di de beber. Un chorro urgente que se desbandó por sus comisuras, recorriendo su mentón, saltando cínicamente a su cuello. Él buscó un paño para limpiarse antes que se manchará su impoluta camisa. Pero  mi  lengua hereje cometió sacrilegio en su piel. Lo lamí una y otra vez, mientras mis manos insolentes le despojaron de lo que cubría su sexo latente. Mi boca siguió el sendero pecaminoso que me condujo a las puertas del Infierno. Con estampidas zigzagueantes dejé caer saliva sobre su glande y la esparcí parsimoniosamente, agudizando su anhelo de querer invadirme. Lo succioné, haciéndole latir dentro de mi boca. En una procesión de entradas y salidas, lo llevé al mismo Vergel. Lo engullí con apetito, lo azoté con maldad. Perversamente asesiné todas sus mesuras, todas sus prudencias. Las degollé. Cuando  sintió que su respiración se rompía en soplos astillados, me agarró de los cabellos y mirándome fijo a los ojos me susurró: -“Dime que eres mi ramera, dímelo...”-.

Me levantó  y me sentó sobre le mesada. Lo arrastré hacia mí, mordí sus lóbulos calientes  musitándole: -“Soy tu putita y lo sabes.... Penetrame como un animal en celo...”-. Apartó a un costado mi tanga y cosechó lo que sembró. En un caudal de aguas enajenadas exploró mis profundidades. Lubricó mis movimientos que le seguían con un  compás cadencioso. Me mordía los labios de placer. Su virilidad pugnaba por ganar, lo sentía casi rozar mi esencia. En cada embestida sentía como su miembro se henchía corruptamente.  Explotamos en una romanza de quejidos y aullidos. Entonces, me sentó de vuelta y me dijo: -“¿quieres mas vino?”- a lo que yo respondí con un simple balbuceo que si. Me paró y arrodillada me puso frente a él. Me dio de beber su semen tibio, en chorros largos, alucinados, ofuscados.

Aún temblando los dos, me abrazó, calmando mi delirio. Cuando algo de juicio adquirimos, yo partí a esperarlo a la sala y él se quedó a limpiar la cocina. Fui a sosegar el llanto de esa guitarra, bajé el sonido y le recordé: -“No pienses que esto aún termina…”-.



Justine
* Escrito a dos manos.





martes, 23 de agosto de 2011

Te presiento


Time after time - Miles Davis


En la soledad de mi lecho, te presiento.... Sé que estás más cerca de lo que me pueda imaginar....


Justine



Pasa.... ponte cómodo....














Quiero recorrer contigo el Imperio de los Sentidos. Oler tu olor a macho marcando su territorio. Saborear la salinidad de tus fluidos. Ver la secuencia gloriosa que precede al éxtasis. Tocar y disfrutar de cada tramo de tu cuerpo. Oirte susurrar palabras obscenas en cada embestida. Nuestras carnes quedarán trémulas de tanto delirio...



Justine